La imagen
de Cristo Pantocrátor es realmente la figura de Jesús más difundida y conocida;
expresa la Epifanía del Dios trascendente que ha tomado forma humana. Es la
imagen del Señor del Universo, del Omnipotente.
Cuatro elementos conceptuales: Omnipotencia,
Omniconservación, Omnicomprensión y Omnipresencia. En otras palabras Dios es
Pantocrátor porque domina todo lo creado, lo conserva todo en el ser,
abrazándolo y conteniéndolo todo en sí y por consiguiente, penetrándolo y
llenándolo todo de sí a través de su Omnipotencia.
En la iconografía, el Cristo Pantocrátor es uno de los temas más repetidos y significativos, especialmente si se incluyen todas sus formas diversas: desde los grandes mosaicos y frescos, en los cuales el Pantocrátor domina en las cúpulas y en los ábsides de las Iglesias, hasta los marfiles y las monedas, en los cuales se encuentra la misma imagen sustancialmente idéntica a la de los iconos (o pintura de caballete), a la cual nos limitamos.
Hay elementos
permanentes, como el cabello en casco, la barba, la diestra bendiciendo,
mientras que otros pueden variar parcialmente: el libro de las Escrituras
sostenido en la mano izquierda puede estar abierto o cerrado, la expresión
severa o más benigna del rostro, el nimbo alrededor de la cabeza diferente, el
brazo derecho está a veces mas envuelto y sostenido por la toga, la misma
inscripción del Pantocrátor no se encuentra en la mayoría de los ejemplares,
especialmente antiguos. Sin embargo se lo reconoce al punto.
También en un álbum divulgativo se indicaba: “En la hierática
Bizancio el tipo (de Cristo) se fijará de una vez por todas, desafiando a los
siglos. Los Pantocrátor del siglo XVI que se ven en el monte Athos parecen hermanos
y contemporáneos de los que Justiniano y Teodora hacían representar en mosaico
en Santa Sofía o en Ravena”
El icono representa, en una primera visión, la
visita de los tres ángeles a Abraham junto al encinar de Mambré (Génesis 18,
1-15). A través de esa escena del Antiguo Testamento se abre todo un campo de
simbología teológica que nos conduce hasta Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Andreai Rubliou
En primer lugar
podemos ver la escena en general, tenemos tres personajes sentados en torno a
una mesa con una copa en medio. El personaje central resalta, aparte de por su
posición, por el intenso rojo de su túnica que contrasta fuertemente con el
azul del manto. Viene de un largo camino, por eso el cuello de su túnica está
ligeramente descolocado, una estola dorada cae sobre su hombro derecho.
Está mirando hacia su derecha, al segundo ángel,
vestido con una túnica azul casi totalmente cubierta por un manto
semitransparente. Está como recibiendo al recién llegado, su postura es de
reposo.
A la derecha tenemos una tercera figura, cortada por el bastón que
sostiene con la mano izquierda. La mano derecha casi parece apoyarse en la mesa
para levantarse. La túnica es azul, como en el caso del personaje de la
izquierda, pero el manto es de un verde igual al del suelo sobre el que se
apoyan los bancos en que están sentados los tres.
El azul de las
túnicas representa la divinidad de los tres personajes, iguales y distintos a
la vez. Es el Dios oculto que parece trasparentarse en el manto del Padre, el
Dios que muestra el misterio de su amor hasta la muerte en el rojo del Hijo y
el Dios que da vida a toda la creación en el verde que el Espíritu Santo
comparte con el suelo.
El cuadro se puede dividir en dos zonas, una
rectangular superior, donde se ven una casa, un árbol y una montaña. Son signos
de las grandes realidades religiosas del Antiguo y del Nuevo Testamento.
La casa es el lugar de la presencia de Dios en medio de su pueblo (el
Templo en el Antiguo Testamento y Jesús en el Nuevo), el árbol es el lugar de
la prueba (la prueba que vence al hombre en el árbol del bien y del mal del que
come Adán y aquella en la que el hombre sale vencedor en el árbol de la cruz)
la montaña es el lugar de la ley (la que dio Moisés en el Sinaí y la nueva ley
de Jesús en el sermón del monte).
En
definitiva, el fondo del cuadro es una representación simbólica que, de algún
modo, intenta abarcar toda la historia de la salvación. La escena que se
representa tiene como trasfondo toda esa historia porque es en ella y a través
de ella como se ha mostrado el misterio de la vida de Dios que el cuadro
representa.
Los tres personajes que están en primer plano
observamos que están estructurados en forma circular. Un circulo exterior los
enmarca y un círculo interior, señalado por el borde de la manga del personaje
central, reitera y profundiza el movimiento circular de la imagen.
Esta
organización circular hace que el cuadro tenga un movimiento propio, la mirada
del observador es conducida de un personaje a otro en un camino infinito. Es la
vida del Dios trino que se pone ante nuestros ojos.
Las bases sobre las que están situados los sitiales
de los personajes laterales en combinación, bien con las cabezas de estos
mismos personajes, bien con la casa y la montaña del plano superior.
El ocho
representa el octavo día, el primer día de la nueva semana, es el domingo de la
resurrección. Este día tiene dos centros, por una parte la copa, que representa
la Eucaristía, por otra parte el seno del personaje central: el Hijo. A través
del amor de Cristo Dios en la Eucaristía es una invitación a hacernos hijos en
el Hijo, no sólo compartimos la copa, sino que nos hacemos parte de ella, el
sacrificio y el triunfo de Cristo son también nuestro sacrificio y nuestro
triunfo.
La presentación de la Eucaristía no se realiza
simplemente como algo externo, sino que debemos de participar de ella. Si
dividimos las partes superior e inferior del cuadro nos daremos cuenta de un
efecto importante.
En la parte superior aparece resaltada la figura
central, el Hijo. Si el cuadro fuese únicamente esta parte superior pensaríamos
que el Hijo está situado delante de las otras dos figuras. Sin embargo, cuando
miramos la parte inferior del cuadro de forma independiente el efecto es el
contrario, la colocación de la mesa y de las piernas de los dos comensales
produce el efecto de que el personaje central está más retirado.
Situados en el interior de esta mesa eucarística
podemos asistir a la relación entre las tres personas divinas, es una relación
doble que se establece a través de las miradas y de las manos. Las miradas
representan la relación interna de las tres divinas personas, las manos su
participación en la historia de la salvación
.
Hay un cruce
de miradas entre el Padre y el Hijo, y en el centro de este cruce se introduce
la mirada del Espíritu Santo, es la vida interna de la Trinidad de Dios,
continua generación de amor entre el Padre y el Hijo y continua presencia de
amor recogido en el Espíritu.
Y este amor divino no está destinado a permanecer
encerrado en Dios, al contrario, se derrama en el mundo, la mano del Padre
envía al Hijo que con la suya, al mismo tiempo que bendice la copa eucarística,
señala al Espíritu en quien se recoge toda bendición para la salvación del
mundo.
Si finalmente nos fijamos en los bastones nos
daremos cuenta de que, al mismo tiempo que señalan los espacios de las tres
divinas personas, entre el segundo y el tercero enmarcan el pie del Espíritu
Santo. Es Dios que está a punto de levantarse y salir a nuestro encuentro.
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